¿Quién te cae mejor, tu papá o tu mamá?, ¿con quién te llevas mejor, con tu hijo mayor, con el de en medio, con el chico?, ¿cuál es tu abuelo preferido?, ¿quién es tu consentido?
Preguntas que nos ponen a temblar, ¿no?
“Pero si yo los quiero a todos por igual, ¿cómo crees que no?”
“Mi corazón es de condominio, hay un lugarcito para cada quien.”
Me he dado cuenta que las relaciones familiares son lo mismo que las relaciones humanas, hay quien te cae bien, quien te cae regular, quien te cae mal, quien te cae superbién y quien te cae de la patada. Sin embargo la culpa que nos genera tener esos sentimientos hacia los familiares es muy grande, casi como pecado mortal.
Esa culpa nos ciega y no nos deja ver la verdadera naturaleza de la relación. Por lo tanto no somos capaces de ubicarnos en la realidad y dejar de esperar cosas que nunca podrán ser.
Por ejemplo:
Una mamá que tiene dos hijos, uno es muy afín a ella, se parecen en muchas cosas, tienen los mismos gustos, las mismas aficiones, el amor se da, así, fácil, sin más. El otro hijo le causa cierto recelo, no se parece a ella, de hecho se parece a la suegra, es más tiene precisamente ese mirar que tanto le choca, el amor no fluye, se estanca.
A lo mejor un hijo es igual al papá y por ello a la mamá le gusta mucho y a lo mejor el otro hijo se parece a ella y por eso le choca, porque le refleja todos sus defectos.
Todo esto no tiene nada de malo, así es, es la naturaleza, tal cual, los códigos genéticos actuando en pleno.
El gran problema empieza cuando “tengo que quererlo a fuerza” porque es mi hijo, y él, que seguramente me alucina, “tiene que quererme” porque soy su madre.
Ese estigma es cegador y no deja ver que es simplemente la relación de dos personas que no se pueden llevar bien entre ellas y que podrán decidir si quieren echarle ganas a la relación o simplemente dejarla a un lado y buscar cada uno relaciones que los alimenten más y mejor.
Si me empeño en que mi madre me quiera, tal vez pierda la oportunidad de ver en el afuera a otras mil “mamás” que si me pueden dar ese cariño que anhelo.
Si me empeño en que mi hijo me adore, tal vez pierda la oportunidad de ver a otros mil “hijos” que si me pueden amar.
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